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Trabajos fotográficos, 1991-1996

Texto de Armando Montesinos
Catálogo de la exposición Javier Vallhonrat, Trabajos fotografícos, 1991-1996.
Museo de Arte Contemporáneo, Madrid, 1997.

“Me interesa investigar las fronteras de la fotografía, ese terreno intermedio entre la cosa y la imagen: la cualidad de objeto de la fotografía, sus metáforas superpuestas, su proceso de creación y la relación sensorial con nosotros” (J.V.).

Sin entrar en detalles Biográficos –más adecuados para una muestra antológica de madurez o para construir o ensalzar a una “estrella”, y ni esta exposición ni el artista pretenden ser tales cosas, podemos decir que Javier Vallhonrat nació en 1953, estudió Bellas Artes, y se consagró como uno de los más importantes fotógrafos internacionales de moda a principios de los años ochenta. Pero lo que realmente nos interesa aquí es que, de manera más callada, pero inexorablemente, Vallhonrat realizó durante esos años una investigación creativa personal, que le permitió entender la fotografía no como respetable disciplina tradicional, sino como medio de reflexión crítica sobre el discurso artístico contemporáneo. Y que, ya en los años noventa (en los que voluntariamente deja en segundo plano su trabajo en el mundo de la moda para concentrarse en su obra personal), su rigurosa exploración de nuevos territorios le ha convertido en una referencia indispensable no sólo de la fotografía, sino del arte español de los últimos años.
Sus primeras series, “Homenajes” y “Animal/Vegetal” –expuestas, respectivamente, en el Círculo de Bellas Artes (1983) y la Galería Buades (1986), en Madrid- bucean, autobiográficamente, en las influencias de los años de formación y en la problemática constitución del ser humano como entidad, a partir de la vulnerabilidad del cuerpo. Su siguiente trabajo le ocupará casi cuatro años, y causará un merecido impacto. A la maestría técnica añade la contundencia de sus planteamientos. Presentado en 1990 en la Galería Juana Mordó, “El Espacio Poseído” trata del cuerpo y la arquitectura, de la intensidad del fragmento y la tensión interna de las formas, de “la fractura permanente que existe entre el espacio representado y el espacio sentido”, en palabras de Manuel Santos, a cuyo lúcido análisis sobre esta serie remito al lector interesado. Las densas referencias al barraco español, a la mística; la fuerte carga pictórica; la presencia determinante, casi escultórica, de los marcos, parte integrante de la obra; la mezcla de drama, éxtasis y sensualidad, convierten “El Espacio Poseído” en un trabajo clave, que cierra el primer ciclo de la obra de Javier Vallhonrat.
La nueva década marca el inicio de una etapa en la que el autor va a profundizar, radicalmente, su investigación artística. El Premio Nacional de Fotografía que se le concede en 1995, va a reconocer sus extraordinarias aportaciones. En seis años completa las tres importantes series incluidas en esta exposición: “Autogramas”, “Objetos Precarios” y “Cajas” “Estos proyectos (ha escrito) exploran, de forma crítica, el híbrido estatuto de la fotografía, en su ambivalencia entre el mundo de los iconos y el de los objetos”. Recorramos brevemente cada grupo de trabajos.

AUTOGRAMAS
“Autogramas” era un análisis del mecanismo de obturación del aparato fotográfico, en el cual se produce un encuentro entre el tiempo y la luz. (J.V.)

En “Autogramas” Vallhonrat tomó decisiones fundamentales. Abandonó el blanco y el negro de sus anteriores series –demasiado cargado de referencias a una estética de lo fotográfico- en favor del color, y prescindió de sus herramientas habituales: modelo, decorado o fondo, iluminación…… La propia posición del “fotógrafo” era radicalmente subvertida: no detrás de la cámara, un ojo vigilante, decidiendo qué es la realidad, sino delante de ella, objeto y sujeto de la experiencia. En “Autogramas”, el artista trabajó en la oscuridad de su estudio. Un espacio vacío –vaciado- de luz, y un cuerpo (el propio, el invisible) realizando acciones mínimas, movimientos básicos.

“En cierto modo (escribía Valhonrat) “Autogramas” son acciones transmutándose en imágenes fotográficas”. Ante el objetivo abierto de la cámara, “estirando” el tiempo fotográfico, encendió cerillas que, en su caída o en los simples gestos ejecutados, dejaban su trazo. La fotografía dura mientras dura la luz. Esas caligrafías ígneas, esas escrituras, que sólo el tiempo suspendido hace visibles, iluminan el cuerpo, se reflejan en él.
En un magnífico texto sobre estos trabajos, Manel Clot escribía: “Las imágenes de Javier Vallhonrat constituyen, en su apología de la luz y de la sombra, en su construcción imparable de una enérgica gestualidad escritural y sígnica, y en su innegable recurrencia a lo ámbitos de un dominio de la subjetividad alejada de los parámetros corporales más o menos al uso en el arte actual, la verdadera construcción –casi fundación- de todo un aparato experiencial que envuelve a la obra y al artista mismo en un juego constante de reenvíos y de mutuas dependencias productivas.” Cuerpo y lenguaje, espejo y reflejo, realidad y representación, trenzados en el espacio oscuro del mundo.

OBJETOS PRECARIOS
“He continuado explorando ciertos elementos ligados al hecho fotográfico. La precariedad del tiempo fotográfico, la tensión existente entre la dimensión física dela fotografía y la representación espacio-temporal, el carácter narrativo tradicionalmente atribuido ala fotografía, la posible materialidad del objeto fotográfico.” (J.V.)

Una fotografía no es sólo una imagen: es un objeto. Ese reconocimiento de la fisicidad de la fotografía está en la base de esta serie, en la que Vallhonrat mantiene el uso del color y lo formatos grandes de “Autogramas”.
La corporeidad dela obra se reafirma mediante su inhabitual presentación. La fotografía está inclinada, apoyada en una repisa y separada de la pared, a la que sólo toca con su borde superior. Como si estuviera puesta allí sólo por un momento. Y esa provisionalidad se extiende al contenido delas imágenes. Ha desaparecido la figura humana, y con ella la (auto)biografía, el lenguaje, la historia. Una bola de granito, un cubito de hielo, un trapo empapado, una vela casi extinguida, nos remiten a los diversos estados y comportamientos de la materia. El peso, la densidad, el equilibrio, la transparencia, la adherencia, la levedad imponen sus leyes insoslayables. Todos los objetos están en transición, en movimiento, pero han quedado inmovilizados en el tiempo de la fotografía, del mismo modo que su tridimensionalidad ha quedado atrapada en las dos dimensiones de la imagen fotográfica.

Si en “Autogramas” el tiempo se dilataba para recoger la duración completa de la combustión de una cerilla, aquí se “congela” en el momento en el que reconoce movimiento. Y si allí el espacio era tan infinito como abstracto, aquí la profundidad de campo es lo más pequeña posible, evitando la ilusión de perspectiva. En palabras del artista: “La precariedad de los objetos puede entenderse como una metáfora de la precariedad de la fotografía como medio artístico; así, esa suspensión del tiempo en las imágenes, ese interminable “mientras”, se correspondería con la permanente ambigüedad de la fotografía, la tensión constante entre su condición de imagen bidimensional y de objeto tridimensional”.
Como dato para los manuales, “Objetos Precarios” fue la exposición que clausuró, en diciembre de 1994, la histórica Galería Juana Mordó, donde Vallhonrat ya había presentado “El Espacio Poseído” (en 1990) y “Autogramas” (en 1993).

CAJAS
“En “Cajas” he querido tensar la relación entre la imagen y su referente, la paradójica identificación entre la representación y lo representado”. (J.V.)
Cada nueva serie de trabajos de Javier Vallhonrat ha supuesto un formidable paso adelante. “Cajas” no es una excepción. Pero quizá con estas obras se cumpla un ciclo, que le ha llevado de la compleja retórica barroca de “El Espacio Poseído” a la no menos compleja limpieza analítica del espacio vaciado de estas piezas, de difícil clasificación, que nos remiten por igual, aunque contradictoriamente, a las formas interiores de “El Espacio Poseído” y a la percepción fenomenológica de las obras minimal.

En “Cajas” la objetualización de la fotografía ha sido llevada al límite. Unas cajas blancas de madera, de formas geométricas simples (cuadrados, círculos, triángulos, etc.), una de cuyas caras –al igual que su opuesta, no de madera, sino de un material traslúcido, lo que permite que la luz ambiente atraviese el vacío interior e ilumine la imagen- es una fotografía del interior de la propia caja. Lo que la fotografía muestra es exactamente lo que oculta.
No son las típicas “cajas de luz”, en las que la caja sólo existe como recurso técnico para exagerar la superficie (la bidimensionalidad) de la imagen, para aislarla del mundo o para imponerla a él, sino más bien todo lo contrario. Objetos autónomos, humildes en su realidad, que contienen tan sólo vacío.
En el breve texto de presentación de su exposición en la Galería Helga de Alvear, Vallhonrat escribía: “Este vacío quiere funcionar como figura metafórica de la dificultad de la representación en su relación con lo real (…) Si existen elementos que puedan inducir a una narración, éstos están incompletos. Dejan un hueco, un espacio inoculado, metáfora de la distancia entreel objeto y su imagen. Me parece necesario interiorizar esta distancia, este espacio a través del cual se pueda circular, experimentarse”.
En una conversación con la artista Salomé Cuesta, Javier Vallhonrat decía: “Los artistas, que más me interesan son aquellos que sin volver el rostro a su tiempo o a cierto nivel de la realidad –una palabra muy compleja y muy amplia- continúan trabajando en un nivel de intimidad y de profundidad personal, de introspección, sin caer por ello en autismos o posiciones de aislamiento”. Si se me hubiera pedido una descripción de Javier Vallhonrat, no habría podido encontrar palabras más acertadas.