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La sombra incisa.

Texto de Javier Vallhonrat.
Catálogo de la exposición “La sombra incisa”, Real Jardín Botánico, Madrid, 2019

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“Sentadas a mi lado las arañas, pegados sus fragmentos con saliva, cosidos con amor, siento menos el frío que me acecha”.

Ayudado por guías y mulos, en el verano de 1853 Joseph Vigier ascendió por la vertiente francesa hasta el Portillón de Benasque en el Pirineo de Huesca; desde allí realizó la memorable imagen del Glaciar de la Maladeta que conserva el MUN de Pamplona. Mi descubrimiento de esta imagen fue el punto de inicio de una íntima relación que dura ya diez años con este, emblemático, único y vulnerable glaciar.

Muchos años antes de conocer la foto de Vigier y de haber visitado el valle de Benasque, ya fantaseaba con el glaciar. A partir del momento en que comencé a recorrer el valle, el deseo de trabajar en torno a esa entidad se hizo más insistente: avanzando el verano, a partir de mediados de julio, se puede percibir desde la distancia la mancha creciente del hielo que emerge cambiando de tonalidad, gris o azulada, dependiendo de las condiciones lumínicas. Observándolo desde la distancia, imaginaba cómo sería verlo desde su borde, recorrerlo despacio, observarlo detalladamente, permanecer a su lado.

Durante unas tres o cuatro semanas del mes de agosto, el glaciar muestra su superficie de hielo al perder la cubierta de nieve que lo protege. En este corto período de los años 2016, 2017 y 2018, he permanecido de forma intermitente junto al límite del hielo glaciar registrando fragmentos de su perímetro. Para ello, he transformado una tienda de alta montaña en cámara oscura, fundiendo en un mismo dispositivo, registro y hábitat provisional.

El calentamiento del material rocoso que circunda el glaciar produce una retirada del hielo, perfilándose de forma nítida su perímetro. A la vez incisión y espacio vacío, este fenómeno dibuja el rostro de esta entidad histórica; junto a él permanezco intentando registrarlo.

Marcado de forma ineludible por las condiciones físicas que imponen tanto el glaciar como el propio proyecto, el proceso de registro, lento y minucioso, adquiere el carácter de una relación afectiva y metafórica con este amenazado conjunto glaciar, tal vez el más bello de la Europa meridional.
La primera vez que pisé el borde del glaciar de La Maladeta fue a finales de julio de 2011. Visto desde una distancia tan corta, me impresionaron las declinaciones de tonalidades grises, azules, rosáceas, ocres y marrones que mostraba el hielo. Entre todos estos tonos dominaba el gris blanquecino del hielo superficial atravesado de vetas azulado-verdosas emergiendo del interior de los numerosos torrentes de agua que corrían descendiendo por la superficie del hielo, o en algún corte o grieta; allí sí se podía percibir la luminiscencia azulada, de una belleza irreal, tan típica del hielo glaciar.

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“Ser en sombra, sucio y refulgente, tu voz se precipita por la pared vertical de plata, como en los cuentos de perros y lobos que cazan en noches de luna ártica”.

Debido a la verticalidad y a la elevación que tiene sobre el hielo la pared de roca y tierra que limita el glaciar por la parte más alta de su perímetro, los derrumbes que se producen en verano han ido dejando la superficie de hielo cubierta de rocas de distintas dimensiones; algunas de varias toneladas de peso, otras fragmentadas en incontables trozos más pequeños. En la zona en que el hielo establece contacto con la roca que lo circunda, su superficie está tan cubierta de pequeños fragmentos de roca, tierra y polvo que resulta difícil distinguir el hielo glaciar bajo la gruesa capa terrosa. Sólo en los planos verticales del hielo visibles en el interior de las grietas y de los torrentes o en el corte producido por el calentamiento de la roca se puede distinguir el asombroso azul-verdoso emergiendo de las zonas de sombra con una luminosidad inesperada.

El glaciar tiene sus tiempos. Aunque a partir de julio empieza a desnudarse de la nieve que lo cubre durante el resto del año, el perímetro de la masa de hielo sólo se hace visible durante algunas semanas del mes de agosto, y por fortuna, sólo parcialmente. Durante ese período, hay días en que la verticalidad del sol y la ausencia de nubes se alían para ofrecer condiciones lumínicas desfavorables para la atmósfera requerida para el proyecto.
Los días en que el riesgo de tormenta es bajo o muy bajo, una vez montado el dispositivo de registro, permanezco esperando, a la vez paciente e inquieto, a que las nubes cubran el sol matizando la luz demasiado brillante y dura. Mientras, el glaciar permanece respirando en una quietud latente, produciendo sus sonidos habituales.

Sin embargo, a veces parece quejarse y rugir, y aunque me llena de congoja, creo entender su furia.
Cada vez más inestable por el aumento de la temperatura, deja caer masas de roca y tierra con un estruendo que me sobrecoge, a pesar de que estoy a casi un kilómetro de donde se producen los derrumbes: cuando instalo la tienda, o cuando deambulo recorriendo su borde, intento tener localizada alguna masa rocosa tras la que fantaseo con protegerme en caso de escuchar el estrépito que produce la caída de tierra y rocas desde la altura.

Por la noche, el frío parece calmarle. Se hace el silencio, ya no hay crujidos ni sonidos de derrumbe. Dentro de la tienda, metido en el saco, sólo escucho la sinfonía incesante de gorgoteos, murmullos y siseos de las corrientes y riachuelos que surcan el hielo.
Me pongo tapones en los oídos para amortiguar la intensidad del sonido continuo, y cuando el cansancio me puede, sueño que alargo mi mano y toco la suya, aunque la fantasía de esa compañía que le ofrezco se fragmenta en minúsculos cristales de hielo que se funden transformándose en millones de gotas de agua que se evaporan antes de tocar la superficie del glaciar.

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“Si los truenos regresan, vendrán los desgarros antes del margen de hielo, astillas y fragmentos de roca negra y olor de océano”.

Dependiendo del proceso de fusión de la nieve, variable de año en año, se dan ocasiones en las que encontrar zonas visibles de contacto entre el hielo y la roca es realmente difícil al estar el borde del glaciar cubierto por neveros. Habitualmente las tercera y cuarta semanas de agosto son las que más oportunidades ofrecen para encontrar ese corte limpio, frontera vacía y oscura producida por la retirada del hielo de la roca que se calienta con rapidez cuando la radiación solar incide sobre ella.

Busco placas de roca granítica planas y horizontales, lo bastante grandes para albergar la tienda y suficientemente próximas al borde del glaciar como para llevar a cabo las tomas fotográficas con las que registro la incisión oscura habitada por esa extraña luminiscencia que tanto me obsesiona.

El proceso de trabajo es largo y requiere paciencia. Una vez acarreado todo el material hasta una zona próxima al glaciar, en torno a los 2.900 metros de altitud, localizo rocas que puedan ofrecer protección para la parte más voluminosa y pesada del equipo en caso de lluvia: tienda, trípodes, comida envasada, crampones, piolets, y otros elementos que no sean especialmente sensibles a la humedad.

Parto con una cámara compacta y un GPS a la búsqueda de las placas de granito donde colocar mi habitáculo, a la vez dispositivo de registro fotográfico. En la mochila llevo un piolet y los crampones; aunque camino por las placas de granito que limitan el perímetro del hielo glaciar, en el caso de que me resulte mas fácil progresar por algún nevero extenso e inclinado o por el hielo del glaciar, me calzaré los crampones. Sin embargo, intento evitarlo porque el proceso de equiparse y des-equiparse consume tiempo y me retrasa; soy consciente de que si decido colocarme en un enclave que requiera repetir ese proceso para moverse alternativamente por el hielo y la roca, los tiempos se prolongarán enormemente durante el acarreo de materiales, en la preparación de cada registro, y durante la estancia.

Encontrar emplazamientos que reúnan todas las condiciones de instalación del dispositivo, y que además procuren una relación visual con el borde del hielo y con el propio glaciar en la que estén activos los patrones del proyecto es raro. Que la luz sea la requerida, aún más raro.

Consulto por walkie con el refugio, o en mi móvil si tengo la suerte de pillar señal, la predicción de riesgo de lluvia y sobre todo, de tormenta eléctrica, tan frecuente en los meses de verano. Si el riesgo previsto es bajo o muy bajo, me preparo para llevar a cabo registros completos con cuatro tomas diferentes en los cuatro negativos que conformarán un políptico. Si el riesgo es alto, desciendo el desnivel que me separa del refugio cargando la parte de equipo más delicada: cámaras, chasis, película y otros elementos sensibles a la humedad.
Pasada la tormenta, si desciende significativamente el riesgo, vuelvo a subir para continuar. En total, todo el proceso me puede llevar unas siete horas, sin contar el tiempo que permanezco esperando a que las condiciones me permitan volver a subir.

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“Capas de azul superpuestas al viento de los caballos y los seres queridos: me siento herido de algo que me sugiere sucumbir”.

El glaciar es una entidad histórica imponente, a la vez que vulnerable y herida. Es deslumbrante en momentos del día, y roto y sucio en otros. Me produce ternura y compasión, pero también puede hacerme sentir congoja o terror.
Me acerco a él intentando abarcar lo inabarcable desde el lenguaje, siempre fragmentario y limitado.

Mi proyecto nace como un modelo tentativo de relación y conocimiento del glaciar. Dotado de perímetro y rostro, intentar dar realidad a este modelo exige permanencia y acompañamiento a la vez que itinerario, y ambas experiencias nutren la totalidad del proyecto.

Permanecer junto al glaciar permite la observación minuciosa de incontables gestos y el contacto con su cambiante materialidad. Acumular expresiones fragmentarias y aisladas de su complejidad material pretendiendo fijar en una imagen su imparable transformación, me lleva inevitablemente a hablar de las limitaciones que supone elaborar apenas un esbozo de su inabarcable variedad.

A la vez, el intento de definir su contexto, fantasear siquiera con representarlo como totalidad, evidencia las pretensiones falaces del pensamiento y el lenguaje. Alejándome progresivamente del borde del glaciar, las siluetas del glaciar que flotan sobre fondo negro, muestran una vertiente más mental: el glaciar como concepto, idea, sueño o pesadilla, o el glaciar como rostro, cuerpo, fósil o pellejo reseco de animal.

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“Nubes dibujadas en tu espalda gris acumulan ideas acerca de la tristeza y la penumbra. Los dientes apenas iluminan el camino de vuelta hacia el borde del mundo pequeñito”.

Dependiendo de los días, es frecuente que no se den las circunstancias para producir los registros que conforman las distintas aproximaciones que configuran “La sombra incisa”. Sin embargo, al estar constituido el proyecto de varias líneas de trabajo, hace que con suerte haya semanas en las que, además de llevar a cabo uno o dos registros completos desde la tienda-cámara, consiga hacer otro tipo de tomas fotográficas para otras aproximaciones que requieren condiciones diferentes. Sabiendo que en un verano podré contar con unas dos semanas en las que el borde del hielo esté al descubierto, el número de días efectivos para trabajar con el dispositivo-tienda puede reducirse a unos diez o doce días por año.

El año 2017 fue el más fructífero para la serie de registros hechos con el dispositivo-tienda que lleva por título “Polipticos”; ese año conseguí llevar a cabo catorce registros completos, de los que nueve los consideré como satisfactorios.
Las obras de esta serie son conjuntos formados por 4 tomas fotográficas, registros fragmentarios del encuentro del hielo glaciar y la roca realizados desde el interior de la tienda-cámara negra instalada junto al borde del glaciar.

Antes de construir el dispositivo con el que realizar los polípticos, durante el invierno de 2015-2016 comencé a realizar bocetos preparatorios y dibujos para el proyecto. Estos dibujos, esquemas y mapas que me sirvieron para pre-visualizar y precisar las ideas que prefiguran las distintas aproximaciones, y forman un cuerpo de obra reunido bajo el nombre de “Trabajos preparatorios”. Ese verano lo dediqué a recorrer el borde del glaciar intentando localizar emplazamientos y comprender las dinámicas y exigencias de los enclaves que me ofrecían las condiciones idóneas para desarrollar el trabajo.

En el mes de abril de 2016 realicé una ascensión al glaciar, aún con mucha nieve, para observar con atención y fotografiar el perfil de la cresta divisoria con Francia situada enfrente del glaciar de la Maladeta. Observando la cresta, e imaginándola como punto de vista privilegiado sobre el glaciar, decidí trabajar a finales del mes de agosto desde cinco enclaves situados en una cota de 2530 metros, cercanos al Portillón de Benasque, localizados entre la Tuca de Salvaguardia y la Tuca de Bargas, para realizar la serie “Simulación de Simulación”.

Esta cota me permitió mantener un recorrido horizontal para simular una “rotación virtual del glaciar sobre un plano horizontal”, simulación de las pantallas de ordenador y de las simulaciones 3D. Ubicar la cámara en cinco puntos relativamente equidistantes del glaciar, situado a unos 5 kilómetros de distancia, me obligó a ascender a los enclaves en días sucesivos, pues la luz buscada y las condiciones existentes me impedían hacer más de una fotografía por día: la fantasía mental de una rotación virtual confrontada al inescapable dominio de lo físico.

En esos días también llevé a cabo el políptico “53. Perfil”. Esta obra parte de dos referencias icónicas: la primera es la silueta del glaciar de la Maladeta fotografiado por el Vizconde Joseph Vigier en 1853 desde el Portillón de Benasque. La segunda referencia es la reconstrucción cenital del glaciar obtenida por satélite por el programa Google Earth. “53. Perfil” reconstruye “el rostro” del glaciar a partir de 53 fragmentos fotográficos obtenidos volando sobre el glaciar. Esta pieza confronta la idealización de la visión cenital y el mapa con la materialidad y el carácter corpóreo de las distintas superficies fotografiadas y de la propia obra, a la vez virtual y física.

Estas dos series marcan un polo situado en el extremo de un eje cuyo polo opuesto está formado por las series “Hielografías” y “Polípticos”. El proyecto parte de la inevitable participación de lo corporal, a través de la experiencia fenoménica, que impone la alta montaña y el glaciar: contacto directo, cercanía física, permanencia, itinerario, condiciones geo-climáticas, etc. La series “Hielografías” y “Polípticos” hablan de cercanía física y contacto. “Hielografías” se define por su “distancia cero” (cero metros) y “Polípticos” por su “distancia uno” (un metro) al hielo del glaciar.
Situadas en el polo opuesto, realizadas desde la distancia, “Simulación de Simulación” y “53.Perfil” dan forma a dos conceptos ligados a las conceptualizaciones operadas sobre el territorio físico de la alta montaña que suponen el mapa (distancia infinita, reducción de lo tridimensional a dos dimensiones), y las simulaciones 3D. En medio, configurando un espacio intermedio, sitúo los “Cuerpos transitorios”.

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“Repite eso bonito que llevaba, eso que desbordaba tus sucios jirones; me bastará para alcanzar el muro de nieve y ceniza”.

Durante el mes de agosto de 2018, la gran cantidad de neveros que cubrían el perímetro del glaciar me impidió realizar tomas con el dispositivo de registro, de modo que me concentré en llevar a cabo imágenes de neveros estacionales para la serie “Cuerpos transitorios”. Estos neveros son cuerpos autónomos moldeados por el calentamiento de las rocas circundantes y la fusión provocada por el agua que discurre alrededor y bajo estas masas de nieve que acumulan importantes cantidades de polvo atmosférico y fragmentos de roca. Su color rojizo está producido por acumulación de polvo del desierto del Sáhara y otros sedimentos minerales. Perfilados por un espacio vacío que les confieren un extraño aspecto flotante, aquellos neveros que resisten las temperaturas del verano y quedan integrados al cuerpo del glaciar, pueden contribuir a aumentar el espesor y la extensión del hielo, retrasando ocasionalmente el proceso de retracción de la masa glaciar. Que uno de estos cuerpos, de apariencia a la vez orgánica y mineral, se funda por temperatura y la incidencia de los rayos solares, o pase a formar parte del hielo glaciar dependerá de interacciones producidas por circunstancias enormemente inestables.

Ese mismo verano, la dificultad de encontrar enclaves idóneos junto al límte del hielo y la roca, me permitió realizar “Hielografías”, impresiones producidas por contacto de fragmentos de nieve y hielo desprendidos del borde del glaciar sobre papel de acuarela, generando huellas de apariencia fosilizada producidas por fusión-evaporación.
Para que se produzca uno de éstos registros, dispongo papeles de acuarela de 300 gramos sobre una superficie plana contigua al glaciar, y sobre ellos deposito fragmentos de hielo y nieve que recojo de su borde. Después de disponer los fragmentos sobre el papel, superviso el proceso de fusión nivelando con pequeñas piedras la superficie de papel para evitar que la acumulación de agua producida por la fusión del hielo y la nieve desborden el papel. Este proceso dura entre entre 20 y 36 horas y el resultado es un rostro fantasmal, bello y trágico, que me recuerda la paradoja de pretender recordar el glaciar acumulando las huellas de su desaparición.