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Aproximaciones

Conversación con Ángeles Imaña.
Catálogo de la exposición “La sombra incisa”, Real Jardín Botánico, Madrid, 2019

A.I.: Qué es el glaciar? ¿El resultado de la onda expansiva de la mano del hombre o la esencia pura de un ente exhausto con un futuro predeterminado?

J.V.: Salvo las voces desafinadas de algunos iluminados, o de los interesados en negar lo que hace ya mucho tiempo es una evidencia, nadie duda de la influencia de la actividad humana en el cambio de los patrones del clima. Nuestro modelo de sociedad continúa ejerciendo una explotación utilitarista del medio natural; nos cuesta adoptar una perspectiva holística y sistémica, nos resistimos a abandonar la deriva miope y cortoplacista.

Desde esta combinación de ignorancia, presunción y ambición desmedida, se ha actuado y se actúa en relación al mundo natural con gran desprecio, llevando a cabo un verdadero saqueo de aquello de lo que formamos parte. Esta deriva tiene las consecuencias terribles que conocemos. El caso de los glaciares es paradigmático, aunque por desgracia no es el único; dado que son particularmente sensibles a cambios en los patrones del clima, la constatación es muy evidente.

Los propios científicos no coinciden en definir en qué proporción la actividad humana influye en el cambio climático, en relación a otros factores ligados a procesos naturales del planeta derivados de formar parte de sistemas mas amplios sometidos a transformación.

Pero el hecho de que no exista acuerdo en este aspecto, no nos exime de la responsabilidad que tenemos en el deterioro de las condiciones del medio del que formamos parte. Es esencial que esta situación de alarma nos impulse a cambiar de actitud; es de extrema importancia sensibilizarnos hacia la urgente necesidad de aprender de nuestros errores. Si no llevamos a cabo el esfuerzo individual y colectivo de reconocerlos observando sus consecuencias y emprendemos un camino de cambio profundo, que requiere conciencia y humildad, en el mejor de los caso estaremos maquillando los problemas, pero seguiremos en una huida hacia delante irresponsable e insensata.

Acercar la realidad a la comodidad de los foros artísticos responde a una necesidad de desvelar, de dar voz o de mostrar lo amado?

Lo que me ha empujado a permanecer trabajando en el borde del glaciar durante los últimos años es una combinación de muchos elementos. Algunos los identifico, pero estoy seguro que hay muchos que permanecen en una penumbra a la que apenas tengo acceso. Hay una mezcla de sobrecogimiento y reverencia que me empuja a acercarme a este ser complejo y vulnerable.

Hay una necesidad de mostrar respeto y rendir tributo a esta reliquia anciana, a la vez pequeña e imponente. Hay necesidad de sentir que pertenezco, a la vez que experimento la dificultad de permanecer. Hay un deseo antiguo que me hace construir un dispositivo incómodo, absurdo, infantil y anti-tecnológico; llevar el juego y el sueño ahí arriba como acto de resistencia. Hay un deseo de señalar aspectos insignificantes, de darles sentido en tanto que obra. Hay una invitación porque las obras necesitan deseo de desvelar por parte del espectador.

A.I.: Hay algo de deber ético en arriesgar como lo haces? Consideras tu convivencia con el glaciar una forma de vida o un acto performativo?

J.V.: Desde hace décadas he intentado que mis proyectos y mi vida confluyan en alguna medida. En los últimos diez años el deseo de trabajar en el medio natural, sea la montaña, el bosque, el desierto, o con cualquier referencia a la naturaleza, se ha intensificado. La alta montaña para mí contiene expresiones privilegiadas de lo vivo y de lo complejo que me llenan de asombro.

Cuando vivo experiencias en este medio, las circunstancias facilitan un cambio de percepción hacia lo que me rodea y hacia mi mismo; me ayuda a poner el foco en cuánto de construcción tiene eso a lo que llamamos “realidad”. Ponerme a la tarea de nombrar algo de esto, construir lenguaje en torno a estas realidades, me permite observar cómo construimos relato desde lo cultural acerca de eso que tenemos en común con lo todo vivo. La paradoja de formar parte y estar separados se hace aún más evidente en cada ocasión en que convivo con ese ser maltrecho e imponente que es el glaciar.

Sientes agradecimiento cuando vuelves a ver el glaciar o te sobrecoge su estado? Os reconocéis al volver?

A lo largo de los años que he subido al glaciar de La Maladeta, he reconstruido muchos de los pequeños hitos de piedra que otros montañeros han ido haciendo, y he construido algunos nuevos que marcan el itinerario que prefiero para ascender. Con mi hijo Pablo, escogíamos con cuidado las piedras que utilizábamos para que fueran hitos reconocibles por nosotros. El invierno los entierra bajo muchos metros de nieve, y cuando la fusión del verano los vuelve a dejar al descubierto, el asombro y la alegría de volver a verlos intactos es enorme. Es una forma de imaginar que estoy en casa, que alguien me reconoce un poco como del lugar.

El glaciar se comporta de manera más indiferente; aunque a veces presenta un rostro amable y apacible, las condiciones allí pueden presentar serias dificultades para trabajar: meteorología cambiante y a veces hostil, inestabilidad del suelo que se pisa, derrumbes inesperados… A la vez que impone respeto y admiración, surge la conciencia de la extrema fragilidad de ese ser de hielo. Es un sentimiento ambivalente, mezcla de familiaridad y de sentirme ajeno, de ser bienvenido y protegido a la vez que sentirme amenazado.

A.I.: Destaca tu delicada discreción. Tu desaparecer marca el foco en el glaciar. Qué te resulta más necesaria la transmisión artística o la conciencia ecologista?

J.V.: El maltrato al que sometemos al medio natural, la forma en que ninguneamos lo vivo, en que despreciamos lo más vulnerable, ha generado siempre en mi un sentimiento de indignación ante el abuso y la injusticia. Sin duda es un motor para desear construir proyecto en torno al glaciar, pero mi trabajo no se focaliza tanto en denunciar como en intentar suscitar interés hacia eso complejo, velado, incierto, bello, áspero y misterioso implícito en lo vivo.

A.I.: Gritas en silencio o sientes la paz de dejar ir?

J.V.: Imagino que las dos cosas, aunque si dejo ir no es precisamente en paz. Experimento dolor y confusión ante ese cambio que experimenta la alta montaña; lo que yo percibo como degradación –transformación en cualquier caso- no me deja nada indiferente. Ante esto necesito decir algo, construir algo. Supongo que me ayuda a prepararme para algo que tal vez ya sea inevitable.

A.I.: Quién marca el límite el glaciar o tú?

J.V.: En la alta montaña, por mucho que fantaseemos con que gracias al conocimiento, la experiencia y la tecnología podemos sobreponernos a las dificultades y condiciones del medio, la verdad es que me gusta que el glaciar me recuerde con qué facilidad allí las circunstancias pueden precipitarse hacia escenarios de dificultad y amenaza muy serios. Aunque moverse en el entorno del glaciar no presenta grandes dificultades técnicas, la rapidez con que pueden desencadenarse tormentas eléctricas en julio y agosto, los derrumbes y desprendimientos de roca repentinos, la fragilidad de la capa de hielo en algunas zonas, lo resbaladizo de la placa de granito a causa de los pequeños fragmentos que la recubre en algunos lugares o lo inestable de muchas rocas hace que haya que mantener la atención en todo momento.

En los meses de verano, en el Pirineo hay tormentas con frecuencia, y en alta montaña son impresionantes. En el caso en que haya un grado de predicción importante, tomé desde el inicio del proyecto la decisión de bajar a un lugar seguro, porque trabajo con muchos elementos metálicos; esto supone unas seis u ocho horas entre recoger y guardar la parte de material que puedo dejar arriba, descender, y pasado el riesgo inminente de tormenta, volver a ascender y montar de nuevo el material.

Además de estas condiciones impuestas por el entorno, están los patrones que delimitan el proyecto, que terminan por dibujar un territorio de oportunidades a veces muy estrecho. Se puede decir que el glaciar marca un tipo de límite, y el proyecto marca otro; trabajo en la zona donde se superponen ambos territorios.